Llevo aquí varios días.
Mi amnesia voluntariamente selectiva me impide recordar cómo he llegado hasta aquí y cómo bajar esas escaleras que hay ahí corriendo e ir a bañarme alguna mañana. No sé cuánto tiempo llevo viviendo en este lugar tan frío y húmedo, pero empiezo a acostumbrarme a los temblores y al rechinar de mis dientes por las noches.
Ayer por la mañana me acerqué a sus ojos y miré hacia abajo: hay mar.
Me encanta el mar. Adoro el mar. Quizá por eso he acabado aquí. Aunque supongo que mi intención nunca fue quedarme encerrada en lo alto, lejos del mar. Supongo que quise bañarme y quedarme a vivir en el agua, cuando una ola me transportó disparada y furiosa hasta aquí. Pero en realidad no tengo ni idea. Las mañanas son aburridas y ahora no tengo nada que hacer.
Por las noches es otra cuestión. Hay una bombilla en el centro que gira y gira y gira y nunca de girar. Cuando vine aquí seguía girando hasta cuando el sol ya alumbraba lo suficiente. Y desde entonces, la apago por las mañanas.
Creo que es un faro.
Vivo atrapada en un faro. Miro hacia el mar desde lo alto de un acantilado. Justo al borde del precipicio, preparada para caer al mínimo atisbo de tormenta y marejada.
Pero a lo que iba, que por las noches es más entretenido. Tengo una conspiración contra el mundo dibujada en la pared izquierda del faro redondo donde vivo. También cuento estrellas de vez en cuando y pongo nombre a las olas que vienen a visitarme desde abajo.
Viví enamorada durante un tiempo de la idea de ser "la chica del faro": alumbrar a las almas perdidas, ayudarles a encontrar el camino. Quizá, algún marinero en tierra subiese a darme las gracias.
Es cierto que nunca hay demasiado aforo por este mar, pero siempre creí que de vez en cuando algún marinero desorientado se acercaría, mirándome como diciendo "menos mal que estás tú aquí".
Por eso siempre alumbraba con mis ojos a todo el que pasase por mi mar, por el mar hacia el que miro.
Pero nunca viene nadie.
La verdad es que siempre ando orientada hacia el horizonte. Siempre doy luz sin que me lo pidan.
Pero soy oscura. Estoy oscura, atrapada en este sinsentido que es alumbrar a todos los marineros que sólo quieren cruzar su mar para llegar a la orilla y escapar.
Y ahora voy aprendiendo que la oscuridad no suele gustarle a la gente. Aunque no lo entiendo, porque todos los que vienen viajan en la oscuridad, guiados por las estrellas. ¿Y qué manera más sencilla de decir que te gusta la oscuridad que caminar cuando ella camina?
Estos marineros me desconciertan.
Así que nunca nadie se queda. Nunca nadie para ver el mar conmigo, para subir desde mis pies hasta mi boca y quedarse a escuchar el rumor de las olas en mi soledad y mi oscuridad.
Aunque no es tan oscura.
Pero parece que nadie quiere acercarse a verlo. Como ya he dicho, tengo una conspiración pintada en la pared derecha... ¿o era la izquierda? Ya no lo sé, cambié de postura hace un rato.
Las noches de tormenta, las olas se enfadan conmigo, me desgastan la roca en la vivo.
Creo que me voy confundiendo con el faro. Ya no vivo atrapada en el faro. Ahora hay una yo que es un faro.
Pero sigue sin haber nadie más. Nunca nadie para cuando quiero cerrar los ojos. Nunca nadie para que no se apague la bombilla y siga girando.
Empiezo a cansarme. Empieza a apagarse mi luz. Los marineros por la mañana están servidos, así que yo no sirvo para nada, y entonces me dedico a imaginarme mi pasado. Ese del que no (quiero) recuerdo nada.
Empiezo a apagarme de tanto dar sin recibir. Si al menos alguien subiese para hablar un rato...
A veces me encojo y las rocas se me clavan en la parte de atrás de las rodillas (esas en las que nadie se fija).
Algunas noches, las más tranquilas, salgo con la luz de mi bombilla, como si flotase por encima del agua y me dedico a ver a mis marineros. La mayor parte de ellos van un poco borrachos, tienen tatuajes, alguna foto en la repisa y libros y cuadernos. Nunca consigo escuchar ni leer lo que piensan, pero me lo imagino.
Supongo que estarán enamorados y que escribirán cartas a sus chicas que no podrán leer hasta que ellos vuelvan, pero digo yo que será una manera de sentirse calentitos. A veces me gustaría tener alguien a quien escribir, alguien con quien el simple hecho de escribirle me recuerde su calor.Creo que a eso es a lo que la gente llama hogar.
Es posible. Me gusta la idea. Voy a apuntarla en mi muro de las conspiraciones. Un momento.
Ya.
El otro día, uno de ellos estaba fuera del camarote. Creo que bebía cerveza. Decía algo que sonaba bonito, así que bajé un poquito más para escuchar.
Era poesía.
Estaba solo, en la cubierta de su barco, bebiendo cerveza y recitando poesía. Un tipo curiosamente extraño. Eran poesías bonitas. Muy bonitas. Me quedé embobada mirándole y pensé la putada que sería enamorarte de un buen poeta. Porque si algún día lo dejaséis, si algún día él se fijase en otra que no fueses tú, escribiría poemas sobre ella (y no sobre ti), y sus poemas te seguirían gustando y no podrías odiarle mucho, porque encima de gilipollas, escribiría bonito.
Así que me fui corriendo a casa, para evitar que la luna nos enamorase.
Te cuento todo un poco alterado en orden cronológico, pero son como mis pensamientos vienen y van.
La cuestión es que al día siguiente, por la mañana, seguía ahí. No se había movido ni un ápice. Bueno, quizá un poquito sí, pero vaya, nada perceptible para el ojo humano. Y por la noche también seguía. Y así estuvo tres noches el tío (por decir algún número, pero ¡vete tú a saber!).
Yo bajé todos los días a escucharle recitar su poesía. Supuse que había otra a la que le escribía, pero a veces sus versos, en mi opinión, eran sólo para mí.
Al cabo del tiempo (y que no de los años, supongo), desapareció. No sé qué fue de él. Nunca le vi partir, igual que nunca le vi llegar. Su barco no estaba en la orilla. Ni su ropa por la arena. Ni si quiera había pisadas. Pero tampoco había ningún cuerpo flotando. Supongo que habrá desaparecido.
Qué puta suerte ésta ¿eh? Y la vida, esa también es una puta. Para uno que se había quedado más de lo que dura su viaje, va y desaparece el muy capullo.
En fin.
Que por cierto, hablando de mariposas, hay otra yo que vuela y es libélula a ras de suelo y con las alas de un cristal dinamitado. Diamantado (de diamante). Y también agua. También hay una yo que es agua, otra que se abraza cuando llora a sí misma, otra que aún sabe jugar al escondite...
En fin, que hay muchas yos. Quizá por eso nadie quiera subir a verme. Quizá lo saben, o se ve o algo en la luz que se desprende de la bombilla y por eso no vienen a hablar conmigo. Quizá debería bajar a comprar una bombilla nueva. Pero no sé dónde estoy ni cómo me llamo. Y me estoy cansando de escribir y quedando dormida. Así que quizá me ponga a leer poesía de ese libro que hay ahí tirado
(que, por cierto, no estaba hace un rato).
Total, que soy un faro.
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