29 de octubre de 2013

Amores a destiempo.

Entre el tiempo y el desamor
ya no valen las distancias,
y juegan al pilla pilla como dos amantes a escondidas,
(divorciados en la prensa)
entrando a huracanes por las ventanas de mi cuarto
para instalarse en las paredes, en la ropa,
en la almohada...
Entre el tiempo y el desamor
ya no existen las lujurias,
y se quedan quietos, besándose con prisa en las mejillas
amándose con versos en la boca.
Entre el tiempo y el desamor
sólo aguardo yo,
esperando,
como boba,
a los siguientes ojos insensatos.

17 de octubre de 2013

Principios y finales.

Los principios y los finales de todas las historias siempre son los más difíciles. Cuando escribes lo del medio todo es mucho más fácil, aparece más fluido, como si la trayectoria que toman los versos fuesen lógicos e irrevocables (hay quien piensa que es así)
Imagínate, yo, que aún escribo de vez en cuando sin vergüenza, pienso en la historia y pienso en la trama, pienso en el cómo, en el cuándo, en el dónde, en lo que pasa y deja de pasar. Pienso en todo, pero el principio.. ¡ay amigo! comenzar una historia es diferente. Primero tienes que dejar de pensar (y de inundarte) en la que escribiste antes, hace un día o un par de días, o hace ya tiempo. Da igual cuánto pase, si no consigues salir de aquella historia pasada, escribir el principio de algo nuevo es tremendamente complicado. Siempre andarás que si en aquella los versos eran más largos (o más cortos), que si este verso no me convence porque no rima, o bien es que no encuentro la palabra final de la línea. Incluso a veces, nos da miedo por dónde cortar un verso, ¿en qué momento una frase larga pasa a ser dos o tres versos de un poema?. La cuestión es que siempre nos parecerá incompleto, aburrido, e incluso absurdo. Y sólo cuando somos capaces de comprender esto, que no puedes escribir de nuevo si no pasas la hoja del cuaderno, entonces y sólo entonces, dejamos de agobiarnos. Es entonces cuando ya no nos damos prisa en entender, en leer y releer lo escrito. Ahora todo es más calmado, con la tranquilidad que te da el saber que todo lleva su tiempo.
Y después, al final... ¿el final? ¿Qué pasa con el final? El final siempre duele, porque deja en el aire muchas cosas que no sabes cómo podrían seguir ocurriendo. Aunque a veces no duelen, a veces son inevitables, como el desarrollo y el principio. Hay veces, hay historias o poemas que son inevitables, y entonces pasan: comienzan, ocurren, y terminan.
Como tus principios y mis finales,
que acabarán ocurriendo.
Antes
o después.

15 de octubre de 2013

Ruido

Y ya no voy a hacerle una guerra en la cama a ese chico
voy a haceros a vosotros una guerra en la calle.
Me habeis jodido hasta los juegos de la infancia. Las reglas del escondite estan cambiando. Y ahora no busca uno y se esconden muchos, ahora buscan muchos y se esconde uno.
Asi que si quieres jugar, juguemos. 
Escondeos que os encontraremos.
Porque si tu bolsillo se engrandece a nuestra costa, nosotros gritamos.
Si te atreves a esconder un tesoro, te recuerdo que el mapa lo pintamos nosotros porque la calle es nuestra.
Si nos recortas las alas, correremos.
Si nos recortas las piernas, iremos haciendo el pino.
Si nos recortas los brazos, nos arrastraremos.
Y si cuando no tengamos ya alas, ni piernas, ni brazos, nos callas, haremos ruido con la mente.
El mas temible de todos los ruidos.
Huele a lluvia.
Huele a lluvia como afirmación. Huele a lluvia como obligación. Obligación del susodicho otoño que nos envuelve en su antesala al frío. Afirmación del susodicho otoño que me hace sonreír porque llena el suelo que piso de hojas que hacen "cruanchi cruanchi", de hojas muertas que le dan vida a lo más bonito del frío: el calor.
¿Curioso, no? 
Huele a lluvia.

Sr. Futuro.

El futuro me aburre sobre manera.
El futuro en todas su formas posibles,
como algo lejano, como algo cercano,
como señor, como niño,
como carta,
como pensión e hipoteca,
como carrera, como dinero, como trabajo,
como "mañana",
como tiempo verbal.
Me aburren los "querría", los "si pudiese".
Me aburre su color gris incierto,
su siempre "traje y corbata",
sus amaneceres precipitados,
sus atardeceres atropellados.
Me aburre que se alíe con el tiempo
(y sus secuaces: los relojes)
en una conspiración fascista,
en una dictadura donde "el que no corre, vuela".

Me aburre tan sobremanera todo lo que tiene que ver con el futuro que hoy he decidido ir andando al ritmo que marquen mis ganas, mi corazón y mi música: con tiempo y sin destino fijo, sin un futuro planeado.

10 de octubre de 2013

Que no me pretendas.
Que me tiendas
en el suelo
o sobre ti.
O preténdeme
y déjame que te pretenda.
Tendámonos, el uno al otro, con pinzas y a retales, para construirnos uno al otro.


7 de octubre de 2013

Pliegues Artificiales.

Sólo había una cosa, una, sólo una que me hacía quedarme en Madrid: sus recovecos. Sus arrugas en la piel, los sitios que nadie ve a primera vista, que sólo una buena madrileña sabía reconocer. Pliegues llenos de arte, de música, de poesía, de pintura, de niños... de vida. Pliegues llenos de vida.

Sólo había una cosa, una, sólo una que me hacía querer irme de Madrid: su artificialidad incipiente. Sus calles pensadas con premeditación y alevosía. Sus prisas, sus mentiras, sus calumnias. Todas las prótesis que año tras año se le ha ido anexando a la ciudad: los grandes centros comerciales, el bullicio consumista de la gente, las miradas de desprecio bajo los cartones...

Sólo había un sitio de Madrid que se salvaba, que me salvaba: la música callejera. Sentarme en mi sitio favorito de Madrid, en el paseo del Palacio Real, mirar hacia los costados, ver gente, ver calle, ver atardeceres, y siempre siempre siempre, sin falta, ver sus caras. Las caras de los que ponen banda sonora a mis paseos. Las caras de los que me sonríen si les miro. Las caras de todos ellos haciéndole el amor, por una vez en mucho tiempo, a algo tan efímero como es la música. Con sus negras y sus blancas, sus redondas... con sus silencios. Haciéndole el amor a los silencios. Sólo eso me salvaba de esta ciudad podrida de dinero mal invertido.

Y sólo había una cosa que temía perder: la música. La música que tanto nos acompaña siempre. Porque ¿qué somos sin música? ¿qué haríamos sin ellos, que nos cantan? Los que hacen que la vida adquiera sentido, los que hacen que te atrevas a tararear una de Mozart o a bailar con los mariachis en la Puerta del Sol.

¿Y ahora? Y ahora me los quitan. Me quitan los acordes que llegan mal parados a mis oídos, cansados de esquivar tanto ruido. Me quitan la música. La música que hace que Madrid tenga vida. La música callejera. Es, para que me entiendan, como si a Argentina le quitan los tangos. ¡¡Yo, que vivo con la música a la espalda!!... (Así, para darle un poco de dramatismo al asunto por si todavía nadie se había percatado de lo grave del asunto)

Resulta que todo lo que yo me había construido sobre Madrid, las pocas balsas que me salvaban del naufragio de la ciudad, son simple y llanamente... ¡mentira!

Yo sé que hay mucha gente que leerá esto, porque siempre me suele leer. Y también sé que hay mucha gente que no lo hará, porque no suele leerme. Pero si has llegado hasta aquí sabes de lo que te hablo, sabes lo que siento, porque sabes tan bien como yo que hay cosas que no se nos puede arrebatar tan fácilmente. Y una de ellas es la música.

Porque me niego a creer que hasta los pliegues de Madrid sean artificiales.

Vida

Darnos cuenta de que la vida son dos días, de que nos merecemos disfrutarla, de que siempre habrá una sonrisa que te salve la tarde. Darnos cuenta de que estar vivos es un regalo, de que, la verdad, nunca está de más hacer que las cosas sucedan. Darnos cuenta de que no podemos estar tan pendientes de las formas y las normas que nos ahogan el pescuezo en lo que no es precisamente guillotina, sino vida. Darnos cuenta de que la vida hay que ensayarla al máximo antes de la función final, que es la muerte. Darnos cuenta, ¡qué sé yo de qué!, pero darnos cuenta de algo: de si vivimos o sobre-vivimos. De si vivimos o sólo pasamos por encima de la vida como pasan las ruedas de los coches por el asfalto.
Yo sé que ellos ya se han dado cuenta, y ahora sé que se encargarán de disfrutarla, de vivirla al máximo. Lo sé por cómo miran, por cómo les miran, por cómo se miran. Disfrutarán de sus pequeñas sonrisas y sus enfados, de sus manías y sus preguntas, de sus pasitos, de sus juegos.
Y tú, ¿cuánto tiempo vas a tardar en darte cuenta?

D - e - s - p - i - e - r - t - a.
V - i - v - e.

6 de octubre de 2013

https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=LVS4h-ty81U#t=83

Que sí, que se escribe mejor de noche, a oscuras y con el corazón en un suspiro, subida al tejado como gata que se fuma el tiempo, la luna y las estrellas.
Que sí, que se escribe mejor de noche, que la oscuridad se lleva los problemas por la borda y de noche todos los gatos son pardos.
Que sí, que se escribe mejor de noche (y mejor sobre tu cuerpo) entre risas, cervezas y billares.
Que sí, que se escribe mejor de noche,
que no intentes convencerme,
que de noche salen las estrellas.

Como tú y tus poemas
Rima tu sonrisa con la vida
Rima tu mirada con la mía
Rímame unos versos en la espalda
Y me encargaré de hacerte poemas en la almohada, 
de desabrocharte
uno a uno
los botones de la camisa
para guardar mis sonrisas bajo tu piel.
Rímate conmigo
y me encargaré de hacernos poesía.

3 de octubre de 2013

Torpezas inacabadas.

Un buenos días entre ronroneos. Tus ronquidos en mi piel a las 3 de la mañana. La taza en el fregadero con los restos del café. Migas de pan en el mantel. Las huellas de la lluvia como lágrimas en mi ventana. Todo eso que no te sonreí y aquello que me dejé escrito en el cuaderno. La ropa, goteando, a medio tender. Mi pinza del pelo sin un diente en el flexo de tu cuarto. Los besos en tu portal. Un tropiezo con tus pies, torpes, en mi acera. Un paraguas del revés. Una sonrisa entre lágrimas. Un agudo desafinado en la blanca soledad de mi bañera. Los cordones desatados y las sábanas deshechas. Un boli sin tinta, el cepillo de dientes sin la tapa, y una coleta mal hecha. El bote del gel chorreando champú. Y tu boca manchada de chocolate. Poemas a medio terminar, libros sin leer, y canciones interrumpidas por tus llaves. Bailes de salón, guitarras sin cuerdas y tus manos bajo mi piel.
Tú recién despierta.
Mensajes sin mandar. Construirnos a latidos, uno al otro, separados, pero juntos. Darnos la mano y echarnos para atrás porque nuestros dedos no encajan. Tus malditas manías tan queridas por mi espalda. Un bostezo entre discursos.
Una sonrisa estando sola. Mi reflejo en el cristal. El vagón medio vacío. Dos besos y un abrazo en un descuido si me miras. Una rosa. La lluvia. Que se te derrita el helado o me rompas un vaso en la cocina. La lavadora rota cerca de tu cuarto. Que no funcione un casco. Que me quites la palomita que quería. Una sonrisa en un día raro.
Pequeñas torpezas inacabadas.

1 de octubre de 2013

Uno y mil

Podría cantarte
una y mil veces
todo lo que te quiero
hasta convencerte
de que el amor no es un reto.
Podría cantarte
una y mil veces
todo lo que te quiero
hasta batirme en duelo con tu cuerpo
sobre el mío.
Pero los retos no me achantan
y los duelos me disponen
a besarte las amarras
de este puerto en el que anclas.
Así que voy a contarte uno y mil cuentos
para dormir esta noche
entre tus sueños
y que al despertar me veas una y mil veces más
antes de huir hacia otros puertos.

Otoño.

Sentada en el sentido de la marcha, como raras veces desde que nací, mirando por la ventana del tren. el túnel está oscuro, sólo se adivinan los cables de colores. Una luz se atisba al final del túnel, y en lo que se cambia una canción ya estamos fuera. La luz blanca duele a los ojos. El rock suaviza mis oídos. El cielo, encapotado como en el trabalenguas, parece querer ahogarme el día. Así que empieza a llover improperios, como los de Jere, contra mi ventana. Y sólo entonces, cuando casi me convence de que es una mala tarde, una tarde gris, de las de quedarse en casa y no salir a mojarse, entonces y sólo entonces aterriza una gota fantasma en mi cara. Me acaricio la mejilla buscando algún rastro de agua de la que secarme o saciarme, como si de una lágrima se tratase, pero no hay nada. Está seco. Sin embargo, la sensación de una gota estrellada contra mi pómulo sigue intacta. Incluso imagino el curso que seguiría ahora ese pequeño fantasma, y la veo casi recorrer el resto de mi cara y lanzarse al vacío de mi cuerpo, sin paracaídas, sin saber en qué lugar exacto podrá aterrizar. Es entonces cuando sonrío. Cuando me sonrío a mí y al mundo, al cielo que me acecha y a ese fantasma que me ha devuelto la sonrisa del otoño que a mí me gusta.

Fum-arte.

fum-arte
a caladas
lento, saboreando(te)
fum-arte
dulce
con los ojos cerrados
fum-arte
los humos de tu piel
fum-arte
como si mañana se acabase el mundo.