9 de junio de 2014

Arigato.

Ayer estábamos todos.
Nos reuniste para decirnos
uno a uno
que ya no sufrías.
Que estabas bien.
Que el cielo es más cómodo
si te sientas en una nube.
Que el mundo es pequeño
y nosotros muy grandes.
Que hay menos contaminación
y que ya no te molestaba la última vértebra
que se te rompió.

Ayer estábamos todos.
Estaba Paula,
preciosa,
llorando los ojos y la voz
cuando te vio entrar
a hombros de tus hermanos.
Estaba Lara,
leyéndote a ti,
que no te casabas.
Estaba Clara
rompiéndose en cada acorde de guitarra.
Tenías que haberlas visto.

Tenías que haber visto a Marcos temblarle la voz,
a tu madre aplaudirte mientras te ibas.
Tenías que haber visto a tus amigos
sonreirle a la muerte
mientras te sonreían a ti.
Tenías que haber visto sus ojos.
Tenías que haber visto todos los que éramos.
El patio de Santo Tomás,
tu patio,
tres patios más
y los laterales.
No cabíamos.
No entrábamos.
Y todos estábamos allí por ti.

Tú nos rendiste un homenaje en vida
y ahora,
yo,
intento hacer un poema
a la altura de tu luz.

Así que os pido que levantéis las copas
y hagamos un brindis por él:
Por la primera vez que pisaste la sala verde
para decirnos que tenían que hacerte la primera biopsia.
Por cada visita al hospital.
Por cada enfermera.
Por cada ciclo.
Por cada vía.
Por todas las veces que caíste
y nos levantaste sonriendo
(tú a nosotros)
Por el tiempo que pasábamos riendo,
sentados en tu cama del hospital.
Por los gritos, el llanto y el miedo.
Sobre todo por el miedo.
Por estos tres últimos meses en los que fuiste la paz
y el bastón para caminar
de todos nosotros.
Por tu respiración entrecortada.
Por tu cabezota sin pelo.
Por los vómitos.
Por la lucha.
Hoy brindo por tu lucha.
Porque fuiste la voz que calmó todos mis temores.
Porque
me enseñaste a brillar.


Ayer no estábamos todos.
Tenías
que haberlo visto.





No hay comentarios:

Publicar un comentario