29 de noviembre de 2013

La vida es una gran puta
que te mira de pie
y en bragas
esperando a que le pagues
los servicios.
Y mientras cuentas los billetes
desde la cama, desnudo
ella te mira con sorna, impaciencia y alevosía
y tú la miras
y te das cuenta que no puedes dejar de quererla
por muchas veces que te muerda.
Dos ventiscas juntas
a veces, raras veces, 
pueden ser la salvación
de lo previsto.
Como en el cole cuando
menos por menos
era igual a más
(pero sólo si estabas muy atento
o si algún paréntesis anterior,
capullo, 
no volvía a convertírtelo en menos).
Y sólo entonces,
con la puta vida en tu habitación
y las ventanas abiertas de par en par
entra un viento helado que me envuelve
"como si del abrazo más invisible del mundo se tratase"
que me permite volver a creer en la magia.


26 de noviembre de 2013

El invierno me pone
y gata.

19 de noviembre de 2013

Marta.

Parece que es el momento adecuado par decir todo lo que nunca he dicho. Supongo que es el momento adecuado para escribir algunas cosas.
Hemos vivido momentos inolvidables, otros que preferiríamos olvidar. Nos han intentado separar una y mil veces. Hemos reído. Hemos llorado. Hemos llorado hasta reír y hemos reído hasta llorar. Hemos discutido. Nos hemos abrazado. Hemos saltado, cantado, estudiado, dormido, comido y todos los participios que se te ocurran. Hemos hasta vomitado juntas. La cuestión aquí es que todo eso lo hemos hecho juntas.
Por nuestras vidas han pasado muchas personas que no merecen ser nombradas ahora (porque éste es mi regalo, y es mi momento)
Todas esas personas han dejado una huella en nuestro camino. Camino que ha ido y venido, vuelto y re-vuelto. Pero en todo momento hemos estado juntas. Soportando pérdida y celebrando bienvenidas.
Por todo ello y por más: gracias.
Gracias por estar conmigo en los buenos momentos. Pero gracias también por estar en los malos. Gracias por entenderme cada día. Gracias por aguantarme con mis rabietas. Gracias por soportar mi cabezonería. En fin, gracias por todo lo que ya sabes. Y gracias por todo lo que vendrá.
Y en este tiempo que nos espera, abracémonos fuerte para no separarnos jamás. Y en este tiempo que estamos viviendo, sopla tu velita una vez más, pero sóplala a mi lado. Porque tú y yo no somos amigas. Tú y yo somos "tú y yo" y eso no nos lo va a quitar nadie.
Hicimos un pacto de amistad hace mucho tiempo en lo más hondo de nuestros corazones. Desde entonces seguimos caminando juntas, luchando por mantener esa promesa.
Y ahora soy yo la que te pide esta promesa: no cambies JAMAS, chiquitita.
Nuestras vidas cambiarán. Nuestros caminos se separarán una y mil veces (e incluso, cambiaremos de caminos), pero sólo espero que todos tus senderos estén llenos de amapolas y todos los míos de petunias.
Espero que sigamos sumando pétalos juntas. Y cuando no podamos más, nos acurrucaremos en tu jardín (o en el mío) y contaremos estrellas y cantaremos a la vida, y le diremos algunas frases como "azul cartel de calle" "si no reciclas, no basures" o cualquier otra que se te ocurra.
Sé siempre mi snoopy. Yo seré siempre la tuya.

7 de noviembre de 2013

Heridas de bala.

Pero a ti no te dio miedo acercarte a ver la herida. A la mayoría de personas les da miedo acercarse a los heridos de guerramor. Y te acercaste. Te acercaste a mirar, más movida por la curiosidad que  por la compasión.
Aún recuerdo tu reacción cuando conseguiste verla: "pues tampoco es para tanto -dijiste- yo también tengo una de esas. Pero ya que estoy aquí, me quedo un rato." Y te quedaste. ¡Te quedaste! Como si fuese lo más normal quedarse con un desconocido. "Lo conocido algún día fue desconocido -decías-. No tengo nada que perder, cuando me canse me voy, y listo". Lo decías tan tranquila, tan sencillamente normal, tan jodidamente segura, que daba hasta miedo. "Otra herida más no, por favor -pensaba yo-."
Te quedaste, miraste, hablamos, callamos, reímos, sonreímos, nos miraron, nos miramos. Nos levantamos, nos sentamos, nos volvimos a levantar y nos volvimos a sentar. Fumamos, cantamos y comimos shushi. Y nunca nos besamos (al menos en los labios).
Y de esto ya hace no sé cuánto tiempo. Pero aquí sigues: a mi lado. Y ahora que estás ahí abajo, bañándote, te miro escondida entre el humo de mi cigarro, a media luz, reflejada por el atardecer, con la música de fondo.
Estás escalofriantemente guapa hoy. Así, toda mojada (porque así te quiero yo, mojada y toda).
Tu pelo, tu cuerpo, tu boca. Tus ojos. Tu sonrisa. Que abogan por candidaturas en mi cuerpo sin siquiera pronunciarse. Y aquí estoy yo, tumbado en la hamaca, fumando (como siempre) y mirándote (como nunca, como si fuese la primera vez que te veo).
Te das la vuelta y me saludas, me sonríes, me incitas a que vaya a bañarme contigo. Tú, mi pequeña libélula, trozo de agua. Y yo, un triste gato callejero, con más miedo a tus embrujos que al agua (y eso es mucho decir para un gato), te grito que no, que cae la tarde, que te espero aquí, al otro lado de la orilla, fumando y escuchando Pereza total la que me da ir a arriesgarme (siempre fui un vago, pequeña, lo sabes).
Te quedas quieta, en mitad del lago, congelada de frío (y lo sé por tus pezones, que se notan desde este lado), y echas a andar. Andas hacia acá, toda decidida, cabreada incluso. El lago me deja entrever, cada vez más, tus piernas delgadas y jodidamente kilométricas (mi mamá siempre me regañó por decir palabrotas, pero es que, ¡hostia!, son preciosas). 
Sales del agua y tus pies dan saltitos, intentando evitar las piedras punzantes del camino (¡eres tan dulce a veces!). Y llegas. Llegas sin que me lo espere, porque estaba más pendiente de los adjetivos que de la distancia a la que te encontrabas. Total, que llegas, así de sopetón, te sientas, y me abrazas.
Tu piel mojada empapa mi alma, los pezones se te ponen más duros, mientras tu pelo, blando y mojado escurre por tu espalda gotas tan atrevidas que, de la envidia que les tengo, me veo obligado a pararlas antes de que besen tu culo.
Y no te beso. Y no me besas. Y no nos besamos. Nos quedamos así, abrazados, haciéndonos amor.
Y es que a veces creo que ya hemos hecho todo, y en realidad no nos queda nada por hacer...
Aunque aun tengo pendientes muchas cosas, como un beso en tu boca, y hacerte el amor contra la lavadora.
También en el coche, en el cine, en el baño de un bar y, por qué no, en la cama (no vayamos a pecar de conservadores)
Así que aquí estás: en mis brazos y en mi hamaca, abrazando mis descansos y mi vida, completamente equivocada, pensando que algún día te querré de otra forma, porque ya lo hago (de esa y de todas).

Esto, en realidad, no pasó como lo cuento, y seguramente nunca hayas pensado eso, y mucho menos de esa forma. Ésto sólo son palabras desbocadas de una tonta enamorada, imaginando alguna escena donde el final no sea el que es
al menos de momento.

5 de noviembre de 2013

Pre-ocupaciones.

A mí me preocupa que vaya a venir el invierno.
Me preocupan las noches en vela, las rabias contenidas,
las noches sin sexamor.
Me preocupa no encajar en otros brazos,
o en demasiados.
Pero sobre todo,
me preocupa que se apaguen las estrellas.

Cerveza, sexo, resaca y poesía
Llegar allí y ser quien no soy.
Follarte todo lo que sí soy.
Y dejarte solo un resquicio de mí
que oscila entre lo que te quito y lo que me das
para levantarme un mañana sin saber dónde estoy
sin saber si soy
yo
u otra
la que hoy despierta en tu cama.
E irme,
gata y libélula
niña de agua
hecha de lluvia
Y dejarte el resquicio de mí
que oscila entre lo que me quitas y lo que te doy.

4 de noviembre de 2013

Gacela.

Es cierto, soy una cobarde.
No sé enfrentarme a los problemas. Miro al miedo de reojo y desde la esquina. Huyo de la muerte. Corro. Corro delante de ella. Rápido, muy rápido, cada vez más rápido. Evitando mirar atrás. Evitando mirar todo lo que la muerte arrastra consigo.
Corro, es cierto.
Deliberada y conscientemente.
Soy una cobarde, sí, lo admito.
Pero eso no significa que me importe menos.
Y a la mierda con Darwin y su ley del más fuerte.
Yo soy cobarde y gacela. Presa a punto de caramelo. No soy la más fuerte (ni la más cobarde) (ni la más nada) (aunque, seguramente, sí la más tonta) (o tampoco) y sobrevivo.
Sobrevivo así, a base de rehuirle la mirada al miedo, y huir la muerte.
Así, cobardemente.
Y lo seguiré haciendo
hasta que me alcance.