16 de marzo de 2015

Botijos

Mis manos
se acaban en las teclas
pero te escribo ahora que todavía estás
y yo puedo recordar con calma.


Paseo la memoria por las paredes de esta habitación.
La colección familiar de figuritas del roscón de reyes sigue en la casa de madera. En cada una de ellas un roscón y un rey distinto, siempre los mismos. La mesilla de noche y corcho descansa quieta ahora que ya no la escribo. Levanto los tapetes que me obligabas a quitar y ahí están mis colores, pintando la tabla. Hay fotos en las estanterías y mis muñecos sobre la cama. Todos queriendo polvo sobre sus hombros; todos, avariciosos, cubiertos.

Nadie sabe que guardo tu broche azul en un cajón de mi cuarto, para no olvidar que una vez fuimos reinas de la cocina mientras hacías sopas de marisco o tortilla francesa. Enharinábamos la mesa y me dejabas hacer bastones, ruedas y eses y jotas, círculos y lazos y ochos. Me dejabas volar los rizos más allá de mi pelo, poner nombres distintos a lo mismo. Freír cáscaras de limón.
Me dejabas ser niña, contigo, siempre de la mano.

Vagabundo de una casa a otra desde este cuarto y siguen tus cajas en las mismas alacenas y el taburete con todos los hilos con que cosiste mi infancia en los muñecos. Mi foto está sobre la despensa y aún te sabes en mi memoria cada especia con los ojos cerrados y la nariz abierta.
Cantamos burlas y juegas conmigo y me haces cojines diminutos donde clavar mis alfileres para que aprenda a coser contigo. En la calle me regañas porque me voy a caer con la bici, pero nunca te enfadas si desaparezco durante horas en el jardín del vecino para ver sus flores.

Tienes el pecho más bonito del mundo para abrazarte desde la cintura, sentada en tu butaca marrón haciéndole alguna bufanda a mi muñeca.

Haces colección de botijos. Tienes más de seiscientos y sólo una vez me dejaste tocarlos.
Los limpiabas siempre con diligencia y cuidado, tarareando cualquier canción que más tarde me enseñarías.

Vuelves a tu cocina, con el delantal y me pones el mío como si de la corona más hermosa se tratase. Es domingo de reyes, el árbol está lleno de regalos y tú y yo hacemos chocolate caliente en la cacerola. Papá compra churros y partimos el roscón. Este año la figurita me toca a mí, y con la corona en la cabeza, la coloco en su casita, junto al resto. He contribuído a la historia familiar.

El abuelo riega con la manguera tus geranios y tú y yo nos escondemos para que no nos moje. Reímos. Hay risa en nuestros labios, que se miran cómplices de este juego. La felicidad se hace contigo y sin ese ratón que un día corrió por el jardín espantado por mis gritos y su presencia.

Esta noche cenamos pipirrana y tú me cubres los hombros con tu chaqueta azul. Me enseñas a bailar una jota y un paso doble en la verbena. Me repites una y otra vez todas las canciones, cantando despacio para que me las aprenda.

La cajita del dinero y los pendientes. Mis juguetes. La piscina. Tus fotos.

Paseo los ojos por las paredes de esa habitación. Uno lo compraste en un viaje a Almería, con papá y los tíos. Otro se rompió y ahí sigue, pegado, aunque le falte algún trozo. Ese te lo regalé yo cuando volví de Roma. Aquel que cuelga del techo fue nido de pájaro cuando anidaron las golondrinas en el balcón de casa.

Has guardado tu memoria en ellos. Has escrito en sus curvas los detalles.

¿Quién va a cuidar ahora de tus botijos?

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