15 de diciembre de 2013

Labios.

Un lugar donde no importen las virtudes, pero tampoco los defectos. Donde al abrazar a esa persona puedas sentirte en tu hogar.
Quizá lo tengamos idealizado, y ese lugar no sea un amor. Pero yo siento que es un amor lo que necesito. Esa pieza que me falta. Un él concreto al que dedicarle mis poemas. Un él concreto que me dedique sus mañanas, sus sonrisas, su todo.
Y no lo encuentro. Y al que encuentro no me gusta. O no le gusto. O no nos gustamos. O no funciona, o cualquier otra excusa barata de mercadillo. Y mientras ese él no llega busco enamorarme o ahogar mis penas en otros labios, en otras manos, y otros brazos, pensando que pueda llegar a venir de pronto ese él.
Un él que creo el salvador de todas mis penas. Quizá no lo sea, pero necesito creerlo.
Todos los labios en los que escondo mis pedazos son pozos sin fondo, calles sin salida con luces de neón que avisan y yo ya conozco porque estuve miles de veces ahí, en esa calle, en ese pozo. Pero da igual, vuelvo a entrar de nuevo, cansada de esperar en la calle, quieta, en medio de la tempestad, aguantando el frío invierno. Parece que esa es la única manera que tengo de entrar en calor. De sentirme acompañada un rato. Para luego sentirme solísima, al ver que todo era una mentira que ya conocía.
Y a veces digo "capaz me cruce por la calle con el amor de mi vida", o "lo voy a encontrar en otro lugar" y doy vueltas y miro, y todos están en otra. Y siento que espero algo que no llega.
Y voy por la calle buscando unos ojos que respondan a mi llamada. Y si se cruzan, en contacto visual, de pura casualidad, creamos castillos en el aire con tal de sentir eso en el estómago, todas las mentiras que nos conducen a esa calle iluminada en la sombra que tan bien conocemos.
Así pasan los días: entre los labios que anhelo y los que consumo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario