Los principios y los finales de todas las historias siempre son los más difíciles. Cuando escribes lo del medio todo es mucho más fácil, aparece más fluido, como si la trayectoria que toman los versos fuesen lógicos e irrevocables (hay quien piensa que es así)
Imagínate, yo, que aún escribo de vez en cuando sin vergüenza, pienso en la historia y pienso en la trama, pienso en el cómo, en el cuándo, en el dónde, en lo que pasa y deja de pasar. Pienso en todo, pero el principio.. ¡ay amigo! comenzar una historia es diferente. Primero tienes que dejar de pensar (y de inundarte) en la que escribiste antes, hace un día o un par de días, o hace ya tiempo. Da igual cuánto pase, si no consigues salir de aquella historia pasada, escribir el principio de algo nuevo es tremendamente complicado. Siempre andarás que si en aquella los versos eran más largos (o más cortos), que si este verso no me convence porque no rima, o bien es que no encuentro la palabra final de la línea. Incluso a veces, nos da miedo por dónde cortar un verso, ¿en qué momento una frase larga pasa a ser dos o tres versos de un poema?. La cuestión es que siempre nos parecerá incompleto, aburrido, e incluso absurdo. Y sólo cuando somos capaces de comprender esto, que no puedes escribir de nuevo si no pasas la hoja del cuaderno, entonces y sólo entonces, dejamos de agobiarnos. Es entonces cuando ya no nos damos prisa en entender, en leer y releer lo escrito. Ahora todo es más calmado, con la tranquilidad que te da el saber que todo lleva su tiempo.
Y después, al final... ¿el final? ¿Qué pasa con el final? El final siempre duele, porque deja en el aire muchas cosas que no sabes cómo podrían seguir ocurriendo. Aunque a veces no duelen, a veces son inevitables, como el desarrollo y el principio. Hay veces, hay historias o poemas que son inevitables, y entonces pasan: comienzan, ocurren, y terminan.
Como tus principios y mis finales,
que acabarán ocurriendo.
Antes
o después.
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