Íbamos a comernos la cena en el sofá.
Iba a comerme todas tus pesadillas.
Estaba dispuesta a lamerte los ojos
por si se te acababan las lágrimas para sangrar.
No tenía alas para volar,
pero empecé a tejerte un jersey donde dormir en invierno.
No quise ser tu musa, pero acabé en tu mesa,
y de rodillas en el sofá donde guardas los sueños.
Me creí tu careta de poeta
y me comí tu bragueta.
Pero te fuiste antes de que acabara la cena.
Y ahora no dejo de comerme tus sobras,
todo lo que no llegaste a probar,
mis espaguetis para dos
y mis desayunos en la cama.
Amanecí y no fue en tus brazos.
Anocheció y no fue en tus párpados.
Y la culpa es mía por creer que podías ser de verdad
más persona que poeta.
Te escuché y entendí lo que no era.
Y jamás cuestioné lo que me contabas
si parecía sangre y sólo era keptchup.
Ojalá la vida te vaya de putas y de madre.
Y ojalá tengas el valor, algún día, de presentarte sin careta.
Llevas el papel tan incrustado que ya no sabes ni quién es el poeta y la persona.
Me como todo sola,
sí,
pero no le digas a una que sabe cómo comerte la polla y las penas que se cocine un desayuno para dos
para ella sola.
Porque a eso todavía no sabe jugar,
cabrón,
y tú lo sabías.
Jugaste al amor
y perdí con tus trucos.
Porque siempre creí que la magia
se hacía entre dos
polvo a polvo
para echar a volar
cuando la vida nos ahogase.
Pero tú hacías ilusionismo
y del barato.
Y yo,
más niña que ilusa,
me creí que guardabas un conejo en la chistera.
Pero acabaste la función
antes de tiempo.
Y ahora me toca funcionar sola,
comerme el coño,
y lamerme las heridas.
Y me atreveré a contarme
cuentos para soñar despierta
y tú no oirás ni una sola de mis historias
y la magia se la haré a otro,
pero sin trucos baratos,
a pesar de que aún quiero que seas tú quien traiga las tiritas.
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