No sé enfrentarme a los problemas. Miro al miedo de reojo y desde la esquina. Huyo de la muerte. Corro. Corro delante de ella. Rápido, muy rápido, cada vez más rápido. Evitando mirar atrás. Evitando mirar todo lo que la muerte arrastra consigo.
Corro, es cierto.
Deliberada y conscientemente.
Soy una cobarde, sí, lo admito.
Pero eso no significa que me importe menos.
Y a la mierda con Darwin y su ley del más fuerte.
Yo soy cobarde y gacela. Presa a punto de caramelo. No soy la más fuerte (ni la más cobarde) (ni la más nada) (aunque, seguramente, sí la más tonta) (o tampoco) y sobrevivo.
Sobrevivo así, a base de rehuirle la mirada al miedo, y huir la muerte.
Así, cobardemente.
Y lo seguiré haciendo
hasta que me alcance.
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