- ¡Eh, no te las des de lista!. Ni si quiera me conoces.
- A ti no, pero a los desengaños sí. Y esos tienen siempre la misma cara.
- ¿Y qué pretendes?, ¿qué quieres?
- Calmarte con caricias.
- Tú no puedes curarme. Tengo que curarme yo solo.
- Sí, eres tú el que tiene que curarte. Yo solo he venido a calmar tus heridas. ¿Me dejas?
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